"La clase obrera es fiel a los amigos, no a las ideas"

En medio del Paro Nacional y de todas las manifestaciones sociales que nos han convocado en los últimos meses, una de las lecturas de estas vacaciones se alzó sobre las demás con una sorpresiva pertinencia: Los ejércitos de la noche, la larga crónica (o novela) de Norman Mailer alrededor de la famosa Marcha sobre el Pentágono en 1967. Ha pasado más de medio siglo desde que los movimientos sociales estadounidenses se unieron en una serie de protestas contra la Guerra de Vietnam que, al mismo tiempo, fueron plataformas para el feminismo, la defensa de la diversidad sexual, la no discriminación racial, el anticapitalismo y, en fin, agendas diversas que han sido de algún modo agrupadas por el amplio espectro de la izquierda política.

El relato de Mailer ofrece imágenes precisas para recrear la cotidianidad y la complejidad de esa articulación de movimientos sociales, y especialmente de la organización política necesaria para hacer posibles acciones como la Marcha sobre el Pentágono. Es imposible no pensar en cómo se repite la historia en ese conjunto heterogéneo de acciones que hemos llamado Paro Nacional.

Entre todas las aristas de esta cuestión, la que más me interesa es la de la activación de la conciencia de clase en unas manifestaciones que pretenden ser populares y terminan siendo muchas veces (más de las que uno quisiera aceptar) movimientos de clases medias, e incluso de sectores intelectuales de las clases medias. Yo mismo me vi inmerso en una de las llamadas "clases a la calle" que se hicieron en las primeras semanas de diciembre en Bogotá, y debo decir que es una estrategia que está muy lejos de ganar la simpatía, o incluso la mínima atención, de los trabajadores que intentan afanosamente subirse al Transmilenio. Casi pareciera una representación que estudiantes y profesores hacen a manera de prueba moral, para absolverse entre ellos de la aparente movilidad social de la vida académica.

Por eso quise transcribir el siguiente extracto de Los ejércitos de la noche, en el que Mailer intenta entender cómo operan los complejos mecanismos de la conciencia de clase cuando una sociedad se enfrenta a coyunturas como la que la Guerra de Vietnam significó en su momento. Creo que hay ideas sugerentes ahí:

El marxismo precisaría quizá un Marx redivivo para explicar de modo concluyente por qué la clase media condenaba una guerra imperialista en una nación capitalista, y por qué la aceptaba la clase proletaria. Pero era la clase media urbana de los Estados Unidos quien se había sentido siempre más desarraigada, más alienada de la propia Norteamérica, y por tanto más instintivamente crítica con su país, pues ni trabajaba con las manos ni tenía poder real alguno, de forma que no es jamás su torno, ni sus sesenta acres de tierra, ni ciertamente su autoridad lo que se reta, porque sus miembros no son sino simples ciudadanos, y en esta tierra la clase media urbana ha sido la última en alcanzar un estatus respetable, ha sido la más mimada y protegida (sus dólares son la gran madre nutricia de los bienes de consumo) y al tiempo la más espiritualmente desvalida, pues hasta el propio concepto de crisis de identidad parece de su exclusivo patrimonio. Los hijos e hijas de esa clase media urbana se veían en su infancia alienados para siempre de todas las sencillas alegrías y populares triquiñuelas de la clase proletaria, como ganar una arriesgada pelea a puñetazos a los ocho años, conocer el sexo antes de los catorce, emborracharse hasta perder el sentido a los dieciseis, recibir una paliza mortal a manos del padre, formar parte de una orgullosa y pendenciera pandilla callejera, vivir en guerra declarada contra el sistema educativo, saber cómo burlarse solapadamente del patrón, andar en bicicleta con las manos sueltas, participar en un torneo de boxeo, alistarse en la Marina, pasar una temporada en prisión... y, gracias a todo eso, el sentido del entusiasmo vital, de la camaradería, pues los amigos son el maná de la clase obrera, clase que muestra una escéptica indiferencia innata hacia la escuela, la moralidad y el trabajo. La clase obrera es fiel a los amigos, no a las ideas. No es extraño que la vida militar no perturbe a sus hijos lo más mínimo. Pero a los hijos de la clase media les perturba la clase obrera, les perturba su fácil y firme virilidad, su valor físico al parecer innato. Los hijos de la clase media sentían a su tiempo miedo y hondo respeto ante la idea de aquella clase obrera viril, indiferente y despiadada que acabaría exterminándoles con la misma facilidad con que exterminaban a los asiáticos.

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