Adiós a Vila-Matas


Leí por primera vez a Enrique Vila-Matas en 2002, hace ya (o apenas) quince años. Lo leí gracias a la relativa popularidad que tuvo entonces su libro Bartleby y compañía, que acababa de ser editado por Anagrama. Recuerdo bien todavía el asombro y la dicha de leer ese libro, que desde entonces he releído fragmentariamente con regularidad. Algunos pasajes me hacen reír a carcajadas y otros, a veces los mismos, me dejan rumiando por días una idea original y luminosa. Sobre todo, Bartleby y compañía, así como Historia abreviada de la literatura portátil, me introdujeron en un nuevo canon de la literatura moderna y contemporánea. Vila-Matas aparecía como un lector voraz y heterodoxo, que de algún modo nos sacudía de un cierto provincianismo todavía anclado en el boom y pocas cosas más, para lanzarnos al infinito juego de referencias de algunos autores raros: Queneau, Walser, Handke, Perec, Gracq, Aira, DeLillo, qué sé yo. Para mí, Vila-Matas se convirtió en el directorio de aquello que valía la pena leer, y agradezco casi todas sus alusiones o recomendaciones. 

Así fue como me hice un lector impenitente (es decir, un groupie) de Vila-Matas, y hoy tengo en mi biblioteca 23 libros suyos, incluyendo ediciones especiales como la reedición (ilustrada) de La asesina ilustrada en Lumen, o el volumen de ensayos Vila-Matas portátil, en el que decenas de escritores contemporáneos ponderan su obra, y que incluye un disco con el documental Café con Shandy. Quince años de lecturas y relecturas de Vila-Matas han marcado sin ninguna duda mis gustos y hasta mi sensibilidad o mi mirada. Ya hace un par de años había escrito en este mismo blog sobre mi debilidad por los juegos metaliterarios que entonces emprendía Vila-Matas junto con Paul Auster y Sophie Calle. 

Un episodio bastante vila-matiano: a mediados de 2008 decidí crear una fanpage en Facebook dedicada a Vila-Matas, aclarando que yo era simplemente un lector más y que abría ese espacio para compartir y debatir su obra. Nunca sugerí siquiera que el propio Vila-Matas estuviera detrás de la página, pero eso fue precisamente lo que muchos supusieron: me pasé seis meses intentando hablar de literatura, pero siempre me veía obligado a aclarar que yo no era Vila-Matas, hasta que me cansé del absurdo malentendido y dejé de actualizar la página, aunque no la cerré. Hoy tiene casi 5.200 seguidores y cientos de mensajes (que ya no leo) dirigidos a Vila-Matas, algunos incluso ofreciendo manuscritos para ser juzgados por él. La impostura involuntaria de este episodio me dejó sin embargo la satisfacción de testimoniar la efusividad de los lectores de Vila-Matas. 

A partir de cierto momento me pasó que me costaba más y más soslayar la dimensión ridícula que tiene siempre la admiración por un escritor o en general por un artista. Varios amigos me lo señalaron, primero con sutileza, luego de manera más aguda: Vila-Matas se repetía, tropezaba, publicaba refritos, aburría; no valía la pena seguirlo con tanta atención. Yo respondía con firmeza: quien había escrito El viaje vertical o Doctor Pasavento merecía ser seguido con atención, por más que su obra fuera irregular como todas. Pero entonces vinieron varios libros más que irregulares, perezosos, que delataban a un Vila-Matas cansado y un poco demasiado cínico. 

Para mí, Aire de Dylan fue el campanazo de alerta. El propio Vila-Matas ha aceptado públicamente que quiso escribir un libro sobre el fracaso y fracasó. Pero luego vinieron Kassel no invita a la lógica y, sobre todo, Marienbad eléctrico, y pude enorgullecerme de mi obstinada lectura de Vila-Matas: recuerdo leer Marienbad eléctrico como un largo poema en prosa, agudo, preciso y brillante. Hoy, sin embargo, me parece una especie de testamento literario. He pasado las últimas semanas intentando leer su último libro, Mac y su contratiempo, y tengo que decir que me ha parecido deslucido, incluso pueril, un libro escrito de manera descuidada y publicado de manera apresurada. Me recuerda la frase de Baudrillard sobre Warhol: “Creo en el genio de la simulación, pero no creo en su fantasma”. No me ha sugerido ni una sola idea, ni me ha provocado tampoco una sonrisa. 

Con esta penosa lectura he decidido que ya ha sido suficiente. Y también he pensado que está bien así: he disfrutado enormemente las lecturas de Vila-Matas y he aprendido mucho de ellas también. Puedo releerlo siempre que quiera. Puedo releer especialmente el libro que representa para mí su esplendor, un esplendor que tal vez ya no pueda recuperar: Exploradores del abismo. Pero no pienso seguirlo más. Como un pretendiente desairado, afrontando el matiz ridículo de toda admiración literaria, me despido.

De hecho, me despido con una nota decididamente cursi: la semana pasada estuve finalmente en una presentación pública de Vila-Matas. Firmó, con tinta roja, mi volumen de Exploradores del abismo. Estuvo conversando con una personalidad del mundo cultural colombiano que a mí me resulta especialmente antipática. No sé por qué imaginé que Vila-Matas podría contrarrestar de algún modo el esnobismo del entrevistador, pero, por el contrario, se sumó a él con gusto. Le quise preguntar por sus relaciones con la academia: quería saber cómo veía la tensión entre el campo académico y el campo literario. Me contestó simplemente que su única relación con la academia había consistido en abandonar sus estudios de Derecho. Dos días después, sin embargo, daría una charla en una maestría de escrituras creativas. No me entendió, o yo no me hice entender, o no le interesaba, en todo caso, entenderme. Por eso dice Pedro Mairal:
“Si estaba pensando en ir a ver a su autor preferido, le aconsejo que no vaya. Esos encuentros son siempre un desencuentro. Mejor léalo, dedúzcalo, proyecte sobre él o sobre ella todo lo que le parezca; adivínelo, invéntelo, mejórelo. Si insiste, se va a desilusionar. Cuando los escuche repetir las respuestas ocurrentes que ya dijeron en entrevistas anteriores. Cuando los note antipáticos, o demasiado simpáticos, demasiado presentes, sin misterio, pisoteando para siempre la idea admirable del autor que usted con tanta pasión se había formado”

Comentarios