Balada del vivo y el rebelde

A raíz de este artículo de Andrés Borges sobre los colados en Transmilenio, con el que estoy básicamente de acuerdo, excepto por el último párrafo esencialista sobre “llevar la integridad en el ADN”, se me ocurrió algo que sigue en borrador y merece debate. El artículo cuenta que muchos colados, al ser interpelados, responden ofendidos y beligerantes que su transgresión no es más que resistencia al Sistema (con mayúscula) perverso (y neoliberal, y lo que se les ocurra) que representa Transmilenio. Esta curiosa mezcla entre saltarse las normas y justificar el acto con un discurso prefabricado de “resistencia” es más común de lo que uno creería: pasa lo mismo, por ejemplo, con la gente que roba mercancías en grandes almacenes porque sus hipotéticos dueños “ya tienen mucha plata”.

Lo que me parece interesante de esta mezcla es que cruza valores asociados a idearios políticos aparentemente opuestos: el discurso del “vivo” (bien sintetizado en la popular expresión “el vivo vive del bobo”) ha estado más bien asociado a cierta derecha arribista, que tiende a justificar la corrupción y el dinero fácil (incluyendo, por ejemplo, el narcotráfico); mientras el discurso del “rebelde” que se opone al Sistema es un clásico inobjetable de la izquierda.

Que estas dos figuras, el vivo y el rebelde, resulten tan cómodamente juntas en casos como el de los colados de Transmilenio, merece un análisis serio. Es una fusión preocupante, porque inevitablemente sale ganando el vivo: el rebelde no es más que su testaferro discursivo. Es decir, que la izquierda, en el fondo, le da el discurso a la derecha para justificar su falta de escrúpulos. 

Por supuesto, estoy planteando dicotomías que merecen todos los matices posibles; pero es, como decía, un borrador.

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