La buena vida

 “Si se es culto se puede ser pobre y vivir en paz". 
Jaime Jaramillo Escobar. 

Hace unas semanas fue capturado un narcotraficante apodado “Fritanga”. Un narcotraficante joven y (por supuesto) millonario que, aunque no se diga abiertamente, representa el ideal de vida de muchos colombianos (o mejor: de muchas personas, colombianas o no). Esta envidia inconfesable del estilo de vida de un criminal quedó genialmente representada en las circunstancias de su captura: en medio de una extravagante fiesta de una semana de duración.
“Fritanga” celebraba su matrimonio con una mujer que (de un modo también inconfesable) muchos hombres quisieran poseer: una mujer exuberante a fuerza de cirugías plásticas (las cirugías que muchas mujeres quisieran hacerse, y se hacen). La fiesta fue animada por músicos populares representantes de los géneros musicales más escuchados en Colombia y en parte de Latinoamérica: el vallenato y el reggaetón. Hay muchas personas dispuestas a pagar fortunas para que uno de estos músicos se presente en su fiesta. Y en fin: el trago, las mujeres, la isla paradisiaca, ya se sabe. Todo lo que uno quisiera, de un modo u otro, para su propia fiesta.
El sentimiento de inevitable envidia por los excesos de “Fritanga”, o por su capacidad de hacer lo que le viniera en gana y, sobre todo, de comprar lo que (y a quien) le viniera en gana, me hizo pensar en Dania Londoño, la prostituta que protagonizó un escándalo con los guardaespaldas de Barack Obama. Y me hizo pensar en ella por la famosa fórmula con la que justificó su oficio: “es que me gusta la buena vida”. Así la citaba la revista Semana:
«cuando estalló el escándalo llamó a su mamá antes de que se enterara que ella estaba involucrada y le dijo: "Mami es que a mí me gusta la buena vida. ¡Qué le vamos a hacer!"».
Me he quedado pensando en la expresión de Dania Londoño, que es en realidad una expresión de uso generalizado, pero pocas veces definida con precisión: “la buena vida”. Al respecto escribió Nidia Cortés, en una carta enviada a la revista Semana (edición 1567):
«Según la revista, para la gente joven, Dania Londoño “se convirtió en un símbolo del desparpajo de una generación que quiere romper con todos los tabús y decidir qué hacer con su vida”. Ignoro qué hilos conectaron o a qué sector de la gente joven contactaron para llegar a tal conclusión. Y no lamento contradecirlo porque Dania Londoño no puede ser el símbolo del que hablan por un argumento conceptual; Dania no lo es y, contrario a “romper los tabús”, los perpetúa […] Porque es claro: a Dania le gusta “la buena vida” y a la generación a la que yo me refiero también le gusta La Vida Buena. Las comillas no son mi capricho, pues le aprietan a Dania “la buena vida” hasta el punto de ahogarle las opciones mismas de la vida».
Y todo esto viene al mismo punto, el punto crucial de la definición de la buena vida: la de “Fritanga”, la de Londoño (que hoy vive en Dubai con algún millonario árabe). Y a la definición, cómo no, de la aparente oposición que propone la señora Cortes en su carta: “la vida buena” (ella usa mayúsculas). Luego, si los mejores ejemplos (indeseables, inconfesables) de la buena vida son los narcos y las prostitutas de élite, ¿cuáles son los de la vida buena?: ¿la madre Teresa de Calcuta?
Como siempre, la clase media (mediana y mediocre, como dice David que decía Darío Echandía) queda atrapada entre sus reatos morales y su ambición desordenada; entre la virtud de la escasez y el goce del exceso. Y vale la pena una nueva cita de la tristemente famosa Dania Londoño, que me parece que expresa muy bien las contradicciones inherentes a la “buena vida”. En el mismo artículo de la revista Semana que he venido citando, Londoño dice que se dedica a la prostitución porque "los ingresos no me daban para la vida que yo quería". ¿Y cuál era la vida que quería?, le preguntan. Su respuesta es la siguiente: "darle un buen ejemplo a mi hijo… que no lo di".

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