Cien años de asombro (1922 - 2022)

Hace cien años, en 1922, el médico y poeta estadounidense William Williams pasaba la tarde en el patio trasero de la casa de su amigo Thaddeus Marshall, un viejo pescador, y su hijo Milton. Williams, de casi cuarenta años, era un médico reconocido en la pequeña ciudad de Rutherford, New Jersey, y le gustaba pasar la tarde tranquilamente con sus amigos y pacientes. Williams tenía un segundo nombre y le gustaba usarlo, pero a Thaddeus, como a muchos, le costaba pronunciarlo: Carlos. El padre de William Carlos había crecido en la República Dominicana y su madre era puertorriqueña. Mientras hablaban sobre el frio que Thaddeus empezaba a resentir, a su edad, cuando pescaba en el hielo, Williams vio una carretilla roja al fondo del patio. Al volver a su casa, escribió este poema:

so much depends
upon
a red wheel
barrow
glazed with rain
water
beside the white
chickens

Un año después, en 1923, Williams publicó su quinto libro de poemas, Spring and all: una pequeña edición de apenas 300 ejemplares, impresos en Francia por Maurice Darantière. Al menos la mitad de los ejemplares se perdió o fue destruida o confiscada por el servicio postal y las autoridades aduaneras. Williams estaba acostumbrado a publicar pequeños tirajes para sus amigos y unos pocos lectores más. El poema sobre la carretilla roja apareció con el simple título de su numeración: XXII.

Hoy, cien años después, hay un consenso sobre la importancia de este poema en la historia de la poesía. No hay una antología que no lo incluya y ha sido traducido, estudiado y comentado de mil maneras. Aunque tiene apenas ocho líneas y dieciséis palabras, es sorprendente todo lo que puede decir. Y todas las formas en que puede decirse: las traducciones al español, que son muchas, difieren en varios puntos centrales, pero uno puede concentrarse en las primeras líneas (so much depends / upon). Octavio Paz, en su traducción de 1973, propone esta versión: cuánto / depende. Pero Ernesto Cardenal, en su versión de 1985, apuesta por: tanto depende / de. O la traducción de Agustí Bartra: mucho depende / de una. Y hay más versiones. Para mí, la mejor forma de traducirlo sería esta: cuántas cosas dependen / de una.

La pregunta se queda flotando en el aire. ¿qué cosas dependen de esta simple visión de la carretilla? Pero es al mismo tiempo una afirmación, una sugerencia: muchas cosas, y tal vez, por qué no, todas las cosas. El mundo entero depende de esa carretilla. Hay un manifiesto poético completo en esa idea, en esa imagen: todo lo importante depende, frágilmente, increíblemente, de un gesto mínimo, una palabra oída al azar, un recuerdo persistente.

Si un poema puede sostener una vida entera, la tensión entre los extremos de un siglo puede ejercer el poder de ese mismo equilibrio. ¿Qué otras cosas sucedieron hace cien años que valga la pena conmemorar? Si uno se toma un poco en serio esta pregunta termina por aceptar que son tantas cosas que el presente palidece frente a la exuberancia del pasado. Las últimas semanas se ha hablado mucho, por ejemplo, del centenario de la publicación original de Ulysses, la novela de James Joyce que cambió las reglas del juego de la escritura. Esa primera edición, de mil copias, fue impresa por el mismo Maurice Darantière que se arriesgaba a imprimir, a pérdida, los libros de poemas de Williams.

Pasaron tantas cosas en 1922 que el investigador inglés Kevin Jackson decidió escribir un libro completamente dedicado a ellas: se llama Constellation of genius. Aunque el libro es de 2012 y fue traducido al portugués, entiendo que no ha sido traducido al español. Es una pena, porque es un libro maravilloso. Toma la forma de un calendario que va contando cada evento importante que tuvo lugar en 1922, usando fuentes de la prensa, diarios, biografías; un formato muy cercano al que usa Nicholson Baker en Humo humano (2008). Para hacerse una idea, las siguientes personas están activas en su trabajo creativo, político o intelectual en 1922: Mahatma Gandhi, Albert Einstein, Sigmund Freud, Nicolai Tesla, Anna Ajmátova, Virginia Woolf, Gertrude Stein, Igor Stravinsky o John Maynard Keynes.

Este es el año de la caída del Imperio Otomano; el año en que Kandinsky y Klee se unen a la Bauhaus; el año en que Tristán Tzara y André Breton rompen su amistad, transitando del dadá hacia el surrealismo; el año en que Louis Armstrong deja New Orleans para unirse en Chicago a la banda de King Oliver; el año en que Marcel Duchamp llega a New York; el año de la muerte de Marcel Proust. Proust y Joyce se vieron por única vez ese año, fugazmente, en una cena en París; quienes asistieron recuerdan este diálogo:

Proust: Monsieur Joyce, ¿conoce usted a la Princesa…?
Joyce: No, Monsieur.
Proust: Ah, ¿conoce a la condesa…?
Joyce: No, Monsieur.
Proust: Entonces conoce a Madame…
Joyce: No, Monsieur.

Mientras este malentendido tenía lugar, en Sao Paulo, el poeta Mario de Andrade publicaba Pauliceía Desvairada, la cumbre de la vanguardia modernista brasilera. Junto con el compositor Heitor Villa-Lobos y el pintor Emiliano Di Cavalcanti organizaron la Semana de Arte Moderno que dio forma definitiva al movimiento en América. En Lima, César Vallejo publicaba también un libro de poemas, apenas 200 copias en una edición modesta: Trilce. Mientras un jovencísimo Alfred Hitchcock presentaba su primer largometraje y el alemán F. W. Murnau dirigía Nosferatu, el ruso Dziga Vertov estrenaba unos experimentos cinematográficos que aún hoy son vanguardistas: Kino Pravda. Ese mismo año, Ludwig Wittgenstein publicó el Tratado lógico-filosófico, y Bronislaw Malinowski la etnografía de los Argonautas del Pacífico Occidental.

Podría seguir.

No incluyo, por ejemplo, hechos del campo científico, que no sé dimensionar bien. Tampoco incluyo muchas otras cosas, y al propio Jackson no le caben en 400 páginas. El poema de la carretilla roja es una de esas muchas cosas de las que Jackson no habla. Tampoco habla de Borges trabajando en los poemas de Fervor de Buenos Aires. O de José Eustasio Rivera trabajando en la Comisión Limítrofe Colombo-Venezolana, perdido en la manigua, proyectando la extraordinaria novela que publicaría dos años después: La vorágine.

¿Cómo es posible que sucedieran, en un solo año, tantas cosas que impactaron la cultura del Siglo XX? La respuesta debería incluir una mezcla de sociología de la cultura e historia de las ideas. Pero hay otras preguntas. ¿Cómo caracterizar hoy el estado de la creatividad sin caer en la trampa de la nostalgia? A mí me cuesta. Me cuesta mucho.

En cambio, cada vez encuentro más asombro en el pasado. Me gusta pensar en el doctor Williams viendo caer la tarde, después de la lluvia, en el patio trasero de una casa vecina. Los cien años que me separan de ese instante cotidiano le dan un peso y una densidad mayores. Me gusta imaginar, también, a Fidolo González pintando sus pequeños retablos al óleo en el barrio Egipto. O al joven Luis Vidales, a sus 18 años, frente a su escritorio de una oficina bancaria en Bogotá, trabajando como contador, con una media sonrisa mientras ve las nubes por la ventana. En 1926, Vidales publicó Suenan timbres, el mejor poemario vanguardista escrito en Colombia, dedicando poemas a los teléfonos, las grafonolas, los paraguas, los relojes y, cómo no, las nubes:

Las nubes son almas de mujeres
que perecieron ahogadas.
Mentira.
Las nubes son las ropas blancas
que el viento se lleva
de los alambres de los patios.
También mentira.
Porque
¿las nubes?
Naciones que hacen el mapa del cielo.
Continentes
países
islas
las manchas blancas de las nubes.
Mi patria.
Mi única patria.

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