"Ahora que estamos seguros de que no resucitarás"


Murió hoy el poeta Jaime Jaramillo Escobar, a sus 89 años, en Medellín. Es verdad que fundó el nadaismo, junto con Gonzalo Arango, compañeros desde muy jóvenes en el colegio de Andes, Antioquia, pero también lo es que había escrito poemas antes y los escribiría después. La circunstancia del nadaismo no puede limitar su obra. 

Que fue siempre irreverente e irónico, sí, pero esos no son rasgos exclusivos de ningún movimiento. También uso casi siempre traje y corbata. También tradujo poemas de Geraldino Brasil, y editó los de Barba Jacob, Ciro Mendía y Álvaro Mutis. Sobre todo, formó poetas y lectores de poesía por décadas en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín.

El poema de Jaramillo que prefiero por sobre todos es el bello "Sarta del Río Cauca", publicado por primera vez en 1983. Creo que no hay un poema menos nadaista. Es una oda bucólica del río, de su caballo, de los paisajes de su infancia. Hay en él una belleza nostálgica con un enorme poder de evocación. Es un poema tierno y poderoso a la vez.

Más allá de las etiquetas, Jaramillo fue un poeta excepcional. Ahí están sus libros, que son pocos, para confirmarlo. Hay todo tipo de reediciones, ilustradas, comentadas, ampliadas. La antología más completa que conozco, "Poemas principales", la hizo la editorial Pre-Textos en el año 2000. En 1985 publicó el que considero su mejor libro, "Poemas de tierra caliente". Y allí está también el poema que quiero comentar aquí: "A Guillermo Valencia".

Y quiero comentarlo porque creo que reúne todos los elementos de la poética personal de Jaramillo: un juego del lenguaje que es sin embargo cuidadoso y metódico; un fluido ir y volver entre estratos culturales; la curiosidad atenta de la vanguardia y el respeto descreído por la tradición.

Al inicio, el humor sella un pacto inmediato de complicidad con el lector: "¡Oh insigne, oh venerado, oh Maestro! / Tan bueno que es decir ¡Oh! Se siente uno en el Parnaso". Pero un par de líneas después estamos ya en medio de la infancia del autor, y Jaramillo recuerda las lecturas de Valencia que se hacían en la escuela con esta genial imagen: "Bajo un pino que estorbaba en nuestro patio de recreo pasaron lentamente, aquella lúgubre mañana, camellos, centauros, cigüeñas y toda esa procesión extranjera con que nos tuviste invadidos tanto tiempo". Pero si esta imagen es cáustica, lo es aún más el regreso del poeta a su contemporaneidad: "A decir verdad, hasta los cincuenta años no vine a conocer un camello, y eso un camello todo desbaratado en un circo pobre. De las cigüeñas líbreme Dios, y centauros ni los vea, porque caigo muerto".

Cuando parece claro para el lector que estamos ante otra denuncia del anacronismo de Valencia, Jaramillo empieza a ceder con sutileza, usando la segunda persona con una confianza que pone a Valencia a nuestro alcance: "La frágil y perecedera perfección fue tu pasión despiadada, y obtuviste con el triunfo la agonía, comparación que espero te sea grata". Poco a poco, disfrazando los halagos con ironía, Jaramillo va encontrando el extremo opuesto de una aproximación irreverente, para terminar en un gesto compasivo de cariño: "Ahora que estamos seguros de que no resucitarás, vengo a reconocer tu bravura. Homenaje al vencido y que se guarde su culto entre los muertos".

Este homenaje a una tradición poética que se supone opuesta en todo a lo que representa Jaramillo es, para mí, la prueba de su entrega absoluta a la poesía. Jaime Jaramillo Escobar vivió para la poesía, de la poesía, con la poesía. Que se guarde su culto entre los muertos.

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