De Zweig a Piketty. La aristocracia cultural y las condiciones objetivas.

Leyendo El Capital en el Siglo XXI, de Thomas Piketty, me descubrí pensando mucho en Stefan Zweig y en su devoción por la llamada belle epoque, ese periodo de la historia europea que va desde el final de la guerra franco-prusiana (1871) hasta el inicio de la primera guerra mundial (1914); casi medio siglo de paz que muchos europeos recordarían como un periodo de optimismo, prosperidad económica, avances tecnológicos e innovaciones culturales y científicas. Y terminé pensando en Zweig porque Piketty tiene una versión bien distinta de lo que significó la belle epoque: un momento económico caracterizado por una inequidad inaudita, por el expolio colonial y por el ascenso de un capitalismo de rentistas que sólo fue detenido por la guerra. La (relativa) paz de la belle epoque, que para Zweig fue la principal conquista del humanismo, para Piketty fue poco más que la cortina de humo del gran capital. Tal vez por eso fue que Mark Twain, refiriéndose a la misma época en Estados Unidos, acuño la expresión “The gilded age” (por golden age): es decir, no la edad de oro, sino la edad “bañada en oro”.

O tal vez estoy exagerando un poco las ideas de Piketty: su posición no es tan radical, pero sí es evidente que su historia económica de largo plazo pone en muy mala posición a la belle epoque y asigna un curioso lugar de privilegio al periodo de las dos grandes guerras (1914-1945). Como Piketty insiste en hacernos notar, las dos guerras mundiales tuvieron un efecto de reajuste (aunque violento) de la distribución de capitales, y dieron paso a las décadas de menor desigualdad económica en la historia occidental, entre 1950 y 1980. Es decir que, en términos de distribución de la riqueza, la monstruosa desigualdad de la belle epoque creó las condiciones para las guerras que, en el relato de Zweig, significaron el entierro definitivo de los valores humanistas. Lo que para Zweig fue un apocalípsis, para Piketty fue más bien un renacimiento.


Y cuando digo que Zweig sentía devoción por la belle epoque no estoy exagerando en absoluto. Nacido en 1881 en Viena, creció en el centro mismo del esplendor de la belle epoque. Y si la primera guerra mundial lo dejó devastado, la segunda significó su exilio y su suicidio en Brasil en 1942. En sus memorias, escritas meses antes de suicidarse, cuenta que en su juventud fue testigo de tal amor por la cultura que los vieneses discutían en las calles las programaciones de teatro con la pasión con que hoy discutimos las canalladas de los políticos. Leyendo a Zweig, uno siente que la belle epoque mereció sin duda ese apelativo, y que no hubo un mejor momento para vivir. Pero Piketty, claro, no está tan interesado en las experiencias de la burguesía vienesa como en los datos estadísticos disponibles para esa época; y los datos le dicen que Zweig simplemente no vio (¿no quiso ver?) que siempre estuvo parado sobre una montaña de miseria. 

Voy a ponerlo todavía de otro modo. En un pasaje sorprendente para un libro tan técnico, Piketty arremete contra el Titanic, que iniciaba la era de los cruceros de lujo. En el momento de su naufragio, en 1912, el Titanic llevaba en primera clase a algunas de las personas más ricas del mundo. Un ejemplo, dice Piketty, del esfuerzo tecnológico e industrial subordinado a un lujo decadente. Sólo un par de años atrás, en agosto de 1908, sucedía en Estrasburgo la famosa tragedia del incendio de un zepelín alemán. Zweig cuenta que para ese momento estaba precisamente allí visitando al poeta Emile Verhaeren, y que ambos prorrumpieron en llanto ante la tragedia, pues el zepelín representaba para ellos el espíritu de la invención europea. No se imaginaban que los alemanes los usarían como arma de guerra unos años después.

¿Qué decir entonces sobre la belle epoque?, ¿fue un prodigio cultural, como la presenta Zweig, o un desastre social, como sugiere Piketty? O, puesto de una manera más perturbadora: ¿pudo ser las dos cosas al mismo tiempo? Es decir, ¿el placer estético y la creación humanista son posibles a costa de la protección de una burguesía intelectual que explota, de manera directa o indirecta, a unas masas trabajadoras sin capital cultural (ni de otro tipo)? 

¿Es Zweig demasiado optimista o romántico, o Piketty demasiado cínico? Por otro lado, es difícil pensar en un programa más humanista que el del propio Piketty: la lucha contra la desigualdad económica. Este es el eterno dilema de la clase media intelectual: apostar por el cambio de las condiciones estructurales o por la sofisticación cultural. Yo no acabo de resolverlo, pero no puedo juzgar mal ni a Piketty ni a Zweig. Por eso me sentí obligado a escribir esto. 

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