Pastoral americana

Confieso que había tardado bastante, considerando mi afición a la literatura gringa, en entrar de lleno en la obra monumental de Philip Roth. De hecho, he leído (y admirado) a sus contemporáneos más ilustres: John Updike, Saul Bellow, Don DeLillo. Pero a Roth, el más célebre de todos, el más prolífico, apenas si lo había leído hasta este año que termina.

Las vacaciones, cómo no, son una oportunidad de oro para cerrar cuentas literarias. En el último mes, mi neurosis ha sido aplacada (¿recompensada?) gracias a que he terminado de leer varios libros que había empezado meses atrás. Aprovechando el impulso, me decidí a leer Pastoral americana, una de las novelas más reconocidas (y más largas) de Roth. Me bastó leer unas cincuenta páginas para sospechar que estaba ante una de las mejores novelas que he leído, y al terminarla, hace una semana, me quedé sobre todo preguntándome cómo no la había leído antes. Tan emocionante fue su lectura que me sentí obligado a volver al blog, que ya venía abandonando, sólo para anunciar el evangelio de Philip Roth. 


Pastoral americana le valió a Roth el premio Pulitzer de ficción en 1998. Uno más de muchos premios: el National Book Award, el National Book Critics Circle, el PEN/Faulkner Award (¡tres veces!), y un largo etcétera. Hace décadas que Roth es un serio candidato al Nobel de literatura. Con todo eso, y las buenas críticas que he leído hace años sobre su obra, no me atraía. Tal vez todo empezó mal hace unos quince años, cuando leí El pecho (1972), una de sus primeras novelas. Recuerdo todavía que me sentí levemente ofendido: ¿esa era la obra de Roth?, ¿ese mal chiste psicoanalítico, que parecía un gag de las primeras películas de Woody Allen? Y fue así como Roth fue vetado por casi una década en mi lista de lecturas. Sólo hasta 2012 volví a considerar un libro suyo, muy corto, muy distinto, que me llamó la atención en una librería: Everyman (2006). El pecho hace parte de la saga de David Kepesh, que es más bien humorística (cada tantos libros de Roth conforman sagas: la de Kepesh, la de Zuckermann, la “Trilogía americana”), Everyman, en cambio, hace parte de un conjunto de obras que los editores han llamado “Las némesis”, y que incluye los libros más oscuros de un Roth ya viejo, nostálgico, introspectivo; en suma: mucho más cercano a lo que yo buscaba. Everyman es una dura reflexión sobre la muerte apenas disimulada como una novela; me conmovió bastante y me decidió a intentarlo nuevamente con Roth. Un año después leí Patrimonio, una crónica implacable sobre la muerte de su propio padre. Ya estaba encaminado: ahora podía seguir con las grandes novelas. Y fue así como el año pasado, el 2015, leí primero La mancha humana, que me gustó mucho, aunque apenas lo suficiente para seguir confiando en que encontraría algo mejor, y luego, ahora sí, Pastoral americana, que confirmó mi intuición y puede decirse que terminó con una larga búsqueda, de quince años, que sin saberlo había iniciado cuando leí a Roth por primera vez.

Pastoral americana ha sido considerada la primera parte de la “Trilogía americana” que continúa con Me casé con un comunista (1998) y La mancha humana (2000). Aunque no comparten estrictamente una historia, y apenas un personaje-narrador (Nathan Zuckermann), la idea es que se trata de tres intentos por capturar la esencia del siglo XX estadounidense en la historia de un personaje que lo cruza. En Pastoral americana ese personaje es Seymour “el Sueco” Levov: un judío (cómo no) no practicante, que nace en la década de los treinta (como el propio Roth) y muere en el mismo 1997 desde el que Nathan Zuckermann narra su historia. El Sueco hace parte de la tercera generación de su familia de inmigrantes: su abuelo apenas logró mantener a raya la miseria, pero instaló a la familia en la clase trabajadora; su padre, Lou Levov, trabajó duro cada día de su vida por el sueño americano, levantó un negocio próspero y una casa en los suburbios; el Sueco, finalmente, tiene el papel histórico, el deber, de llevar a la familia Levov a la clase media alta y a la completa integración con la sociedad estadounidense. Y vaya si cumple con su deber: deportista galardonado, marine condecorado, ciudadano ejemplar, se casa con una ex reina de belleza, toma las riendas del negocio familiar y lo globaliza, compra una casa de piedra construida dos siglos atrás y allí celebra el día de acción de gracias con su esposa, su pequeña hija y todos los amigos y familiares que lo admiran. Esa es precisamente la pastoral americana. 

Lo interesante, lo cruel, lo inesperado (pero inevitable), lo humano, demasiado humano, viene después, con la cuarta generación, la generación que crece en los años sesenta, la década en que el sueño americano empieza a tomar visos de pesadilla. La hija del Sueco, Merry, entra en la historia con el único papel de disfrutar del beneficio de los esfuerzos de su familia. Pero es ella quien encarna la pesadilla que, a gran escala, significan para la historia gringa la guerra de Vietnam, los magnicidios de JFK o de Martin Luther King, el Watergate, el fin de la ilusión y de la inocencia. Allí está, me parece, el gran acierto de Roth: la descripción dolorosa y cruda del derrumbe del sueño americano es proyectada en una sola familia, en un solo personaje, el Sueco Levov, y al mismo tiempo, y mucho más allá, la eterna historia de los conflictos generacionales, las eternas preguntas sobre el sentido de la vida, sobre nuestro deber, nuestro papel o nuestro destino, todo confluye en la persona del Sueco Levov, que no es más que un hombre, cualquier hombre (everyman), que soporta como puede la carga de todas estas fuerzas, históricas, existenciales, brutales.

Leer una novela contemporánea que se enfrenta sin temor y sin ironía a las Grandes Preguntas (¿quiénes somos?, ¿qué debemos hacer?), y que sale adelante sin patetismos, es ya bastante raro. Pero además, la historia del Sueco Levov tiene todo lo que uno le puede pedir a una obra literaria: es universal, es compasiva con sus personajes, es imposible perder el interés en ella, nos enseña o nos sugiere todo el tiempo algo sobre nosotros mismos, sobre nuestras relaciones con los demás, sobre aquello que compartimos o que nos distancia del Sueco Levov o de Merry, que encarnan opciones y visiones opuestas sobre todas las cosas. Mientras leía, y cuanto más avanzaba, más irreal me parecía la capacidad de Roth para construir un mundo narrativo tan completo (y complejo): cada cualidad, cada obsesión, cada rasgo del carácter de cada uno de los personajes está perfectamente integrado en la historia; cada decisión del narrador sobre el momento en que debe revelar alguna información, sobre el modo en que debe hacerlo, demuestra estar largamente estudiado. Parece increíble que Roth no haya necesitado más que un par de años para escribir esta novela, después de otra tan extensa como El teatro de Sabbath (1995). Es muestra de una energía extraordinaria, de una disciplina sobrehumana, de una imaginación y una capacidad de observación que no pueden sino admirarse. 

En 50 años de carrera literaria, Roth ha publicado alrededor de 30 novelas, además de decenas de libros de memorias, ensayos y relatos. Si sólo cuatro o cinco de esos libros tuvieran la calidad de Pastoral americana, vale la pena leerlo sólo para encontrarlos. Yo tardé 15 años en encontrar este, pero les aseguró que desde que terminé su lectura estoy en un estado de estupor que a duras penas he logrado articular en esta entrada.

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