La "oligarquía comunista"

En una de sus desaforadas rabietas, a las que nos hemos acostumbrado con una mezcla de miedo y resignación, como quien oye gritar en la calle a un demente potencialmente peligroso, el expresidente Álvaro Uribe llamó "oligarcas comunistoides" a los panelistas del programa radial Hora 20. 
Quizá no valga la pena intentar siquiera un análisis de los insultos desarticulados y eufóricos de Uribe, especialmente cuando son tweets que desaparecen rápidamente en su TL. Pero se queda uno pensando en que el personaje tiene millones de seguidores, votantes y admiradores. Millones que le aplauden a rabiar sus bravuconadas; millones que creen en él, confían en él, pese a las innumerables evidencias de corrupción o vínculos criminales que haya en su contra. Millones que lo admiran y reproducen sus frases hechas, sus "tesis políticas", entre ellas precisamente la del odio a esta curiosa clase de los "oligarcas comunistoides".

Si uno supone que un buen número de personas adhiere a esta particular creencia en la existencia de una “oligarquía comunista” en Colombia, creo que puede tener algún interés tratar de comprender qué es exactamente lo que se están figurando y en qué estructura social imaginada lo están proyectando. 

Puede que en el fondo de esta expresión haya una cuestión ideológica fundamental. Creo que la pregunta por lo que une a los uribistas no se ha tomado suficientemente en serio en los estudios de ciencias sociales en Colombia, más allá de la tesis del “embrujo autoritario”. Cabe suponer que no todos protegen intereses como terratenientes o “señores de la guerra”. Muchos son ciudadanos comunes que, seguramente estimulados por sus grupos de referencia, han adherido a una ideología, a un conjunto simple y contundente de razones que justifican todo tipo de prácticas y escenarios. La pregunta es precisamente cómo caracterizar esa ideología. Por eso me llamó la atención la curiosa acusación (pretendida ofensa) uribista de la “oligarquía comunista”.

Uno podría suponer que los "comunistas" buscan precisamente acabar con los "oligarcas" (y viceversa). De hecho, muchos comentaristas calificaron la expresión de Uribe como un oxímoron. Sin embargo, algún sentido debe tener para Uribe y los uribistas. Quizá para ellos no hay tal cosa (o no es realmente importante) como una oposición entre los reclamos por justicia social y la protección del statu quo. La verdadera oposición sería entre los "oligarcas comunistoides" que sintetizan estos extremos y una suerte de extensa “clase media” que considera la búsqueda de justicia social como simple falta de emprendimiento y la defensa del statu quo como esnobismo y falta de virilidad. Cabe recordar la insistente condena de los “cocteles bogotanos” que los uribistas oponen a una imagen de trabajo esforzado, masculino y usualmente rural. 

Una especie de clase trabajadora que está contra la justicia social: quizá ese sea el engendro ideológico por excelencia del uribismo. Pero es además una producción histórica, que en el laureanismo estaba también asociada a un catolicismo recalcitrante. Hay incluso un remanente laureanista en la condena del “comunismo ateo”. Estamos casi que en pleno siglo XIX, proyectando en los mormones liberales toda la “corrupción moral” que explicaría nuestros males.

Tiene sentido que los oligarcas que, de hecho, acompañan y han acompañado a Uribe, como Paloma Valencia, Ana Mercedes Gómez o María del Rosario Guerra, senadoras uribistas, o José Felix Lafaurie y su tristemente célebre esposa Ma. Fernanda Cabal, se presenten de un modo más bien chabacano y resuelto, patriarcal y hasta clerical. El problema no es la oligarquía si es de terratenientes e industriales recios, y no de blandos intelectuales “comunistoides”.

Hay que reconocer un excelente olfato populista en esta proyección de una estructura social: explota al mismo tiempo el rencor por la violencia que, en Colombia, las guerrillas han terminado por asociar a cualquier matiz de la izquierda política, y el rechazo a una oligarquía que impide la movilidad social y de hecho simboliza esta imposibilidad con más contundencia desde un “coctel bogotano” que desde una hacienda ganadera. Un enredo, un nudo ideológico que sólo con mucha paciencia podría deshacerse.

Comentarios

  1. Claro. Hay que recordar escenas como: Pablo Escobar burlándose de los ricos de Medellín. Los paramilitares sintiéndose discriminados por las "monas emperifolladas de Bogotá" que atendían las oficinas de la ACR durante la desmovilización. Los esmeralderos "de mal gusto" de la calle Jiménez. En fin: "los levantados", los "venidos a más", los "provincianos"

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